Nunca he concedido demasiada importancia a los días señalados o a los aniversarios, al menos a los que jalonan mi vida privada. No me refiero a las fechas que nos recuerdan acontecimientos que no deben caer en el olvido, como el fin de una guerra o la atrocidad de un atentado terrorista. Hasta tal punto que ha habido incluso ocasiones en las que he olvidado mi propio cumpleaños.

Lo importante es que mi mujer aún me tolera y seguimos juntos, no qué día nos casamos. Lo sustancial es que mi hija crece sana y feliz, no cuándo cumple los años. Soy tan indiferente a San Valentín como a cualquier día mundial de lo que sea. El amor o la adhesión a una causa se demuestra en todo momento; circunscribirlo a una fecha concreta no va conmigo.

Esta forma de pensar implica, no voy a negarlo, una cómoda despreocupación por la arraigada costumbre de regalar. No es que no la practique, sino que me guía un gusto por el caos que suple al orden de «cada cosa en su momento». En definitiva, que regalo cuando me apetece en vez de cuando lo dicta el calendario. Lo confieso: prima en mí el placer del que regala frente al que experimenta quien lo recibe.

En justa reciprocidad, tampoco me importa no recibir regalos en mi cumpleaños, mi santo, el Olentzero o los Reyes Magos.

Hace unos días cumplí cincuenta años que, aunque (lo digo en serio) exentos de su crisis correspondiente, me producen un vértigo ineludible. ¿50 ya? ¡Qué barbaridad!

El caso es que los días aledaños he recibido, desde el ámbito literario, diversos regalos. A pesar de todo lo expuesto, y aunque suene algo incongruente, son bienvenidos. Al mismo tiempo que son aceptados con emoción, orgullo, respeto, responsabilidad…

Después de distribuir en persona la mayor parte de la primera edición, es el momento de romper el cascarón. Como dije en la entrada anterior, de salir de la zona de confort, de presentarme en sociedad.

Y para conseguirlo, hace un par de días el periódico local enportugalete.com publicó la primera entrevista de mi vida. Corta, pero con foto incluida. Desde entonces salgo a la calle con cierto pudor y temor a ser reconocido. Es evidente que en este aspecto, como en muchos otros, no soy un ejemplo de precocidad.

A la vez, mi novela figura en los escaparates de dos librerías de Portugalete (Guantes y Liber 2000). Me veo aun como un extraño advenedizo entre ilustres escritores, lo cual no impide que experimente una alegría desbordada, así como una quizá equivocada, pero irremediable sensación de que también merezco un rincón, por pequeño que sea.

Me han confirmado además que en pocos días tendré unos minutos para mostrarme tanto en una emisora de radio como en un programa de televisión.

            Cuatro regalos.

            Cuatro pequeños pasos en la buena dirección.

            Y una promesa a mí mismo: no dejar de caminar.

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  • Morta dice:

    Qué sosegado y preciso análisis, ya veras como has de ir acostumbrándote al vértigo de la difusión y la popularidad, bien gestionadas, son un impulso importante para 2 cosas fundamentales en esta efímera vida, hacer lo que te gusta y conseguir cuantos más momentos felices. Enhorabuena Adrian.

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